¡Disculpad mi osadía!


La fortaleza de la soledad.
'Ya sabes a lo que me refiero...medianoche, un camino frío y solitario en el bosque, la inquietante oscuridad y en ella un par de grandes ojos brillantes sobre un árbol muerto que la niebla abraza, desde allí se puede escuchar un tétrico y breve sonido grave antes de que un búho tome vuelo.'

viernes, 24 de junio de 2016

Atorada.

Me atora, me atoras.
Cansada de querer gritarle al mundo que hace más de un año y medio que no soy yo, que se fue contigo, pero que ya no volverá. 

Ojalá pudiera explicar el sentimiento de culpa, o el del maldito orgullo que me pudre cada noche esperando algo que tampoco me atrevo a buscarlo.

Aquí estoy escribiéndote aunque ya no me leas, aunque ya tampoco exista.
La verdad es que me atora el pecho, me aprieta, me hincha el recuerdo, me explota por cada segundo del día que apareces, sin querer, en esta cabeza llena de pájaros que no pueden volar porque yo creé su propia jaula.
Y lo cierto es que no hay un jodido momento del día en que no aparezcas.

Tu recuerdo es algo que tengo atragantado desde que nos rompimos, ¡y mira si ya había grietas!
La culpa no me deja olvidarte, o la mala suerte al menos recordarte de menos, enfundar el arma de doble filo que mantiene vivos mis monstruos. Y tampoco puedo volver a formar parte de tus recuerdos porque ahora sé que yo fui 'apostar a perder'. 
¡Y cómo ganaste!
Aunque me pese, aunque me ahogue.
(Sé que eres feliz desde que yo ya no.)

Y te echo de menos, todo lo que éramos y lo que no. 

Cada maldito día intento olvidar que es domingo, convencerme y convencerlos que no me estoy engañando. Le grito al mundo que ya no, que ya fue, que eres pasado, que ya no dueles, que ya no escueces... pero la realidad es que hay una parte de mí que se fue contigo, pero sin ti.
Y sé que no volverá. Jamás.
Perdón si le chillo al mundo que ya lo superé; disculpa, pero yo tan sólo estoy tratando de vivir con ello y que con un poco de suerte... no se oscurezca más el alma desde que se pudrió.

domingo, 4 de enero de 2015

Batallas.

Ellos pensarán que sí, que están, pero no.
Y no están desde hace tropecientas noches, tres cervezas de más, un cigarro consumido, y una sonrisa de menos.

No puedes estar si no estás.

No puedes engañar a la vida y a la indiferencia
que me acompaña
- sin quererlo - 
desde que,
perdona,
empecé a ser egoísta
y no ver ni por ti ni por los demás.

De cuándo me cansé en prestar mi brazo roto, mi corazón lleno de balas y mi puzzle sin acabar
para que tú y los demás se dejaran caer,
sin pensar que,
la balanza también a veces se cansa de aguantar peso.

El equilibrio está roto.

Y créeme que si me rompo en más pedazos, ese día no seré yo quién se haya roto. Sino mi alma, que ya está quebrada,
y es lo único que me sostiene para no huir,
sino irme a tiempo,
y con ello,
despedirme con un beso.
O dos.

Según tú me quieras recordar.

Y yo salvarme a mí misma,
porque sé que esto sólo es coraza mía y debo recuperarme a tiempo. Sin que nadie la invada,

Ya ni siquiera es grieta ni cicatriz, sólo líneas mal dibujadas en zigzag.
Anhelando ser ahogadas en una copa de un viejo ron, con un mensaje en una botella esperando a ser lanzado al mar,
y yo con él.
Cayendo como el ligero peso de una pluma esperando de nuevo a ser tatuada en el costado derecho recordando no volver hacia atrás.

Y vivir, de una vez por todas,
y por mí.


Es por eso,
que,

a esta batalla la llamaré naufragio.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Carta número no sé cuál a si sé quién.


Hoy quiero contarte la historia de cómo nuestra historia sólo fue mía.

Sólo me faltaron dos noches; 
una contigo, y una contigo sin ropa.

Sólo me sobraba una persona, yo. 
Contigo y contigo, ya éramos multitud.


Echar de menos.
Eso hago, me echo de menos.

Todas las noches que te sueño,
como casi todos los días que paso por parques dónde éramos una historia.
Hoy sólo mía.

Porque lo juro, lo intento, pero no te olvido.
Sin saber, que para olvidarte, tengo que querer olvidarte.
Y no quiero. 
Pero no te quiero.

Besos, que me quedaron por darte
y que decirte.
Y ya no quiero versar
a nadie que no seas tú.
Y no quiero que seas tú. Nunca.
Ni yo.

Mi yo de ti se fue sin ti el día que fuiste todo
y yo fui nada.
Y ya no somos nada. Ni nadie.
Ni recuerdos,
ni un final no escrito.
Pero te sigo escribiendo en mi cabeza,
y pesas. Pesas mucho, tanto que calas los huesos
y formas escarcha
congelada y oxidada.
Y por beso mismo, ya no quiero pensar,
ni follarte,
mucho menos escribirte.

Aunque me pido perdón por adelantado si lo vuelvo a hacer.

Cada vez que pase por tu portal,
y recuerde,
que una vez estuve allí.
Esperando a irme, porque irme siempre fue más fácil que,
que te fueras.
Pero nunca te vayas.


Carta número no sé cuál a si sé quién.
Querido tú,
con cariño, yo.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Éxtasis, o algo así.

He dado más de sí,
he hecho por encima de mis posibilidades,
he arriesgado por algo que ya estaba perdido.
He rozado mi límite.
Y el tuyo.
Y he caído.
Y me he vaciado.

He vencido a mis miedos para ahogarme hoy con ellos.
He luchado contra mis complejos para hacernos cicatriz.

Había destapado todos los vicios
para emborracharnos de ganas
y empotrarnos contra la pared,
las secuelas.

Me he inundado en indiferencia
y he cargado el alma de nostalgia.

Si apareces, disparo.

Me he vestido de rencor
y cuando hace frío me pongo un poco de odio.
Ojalá que un día llueva tanto
que escupa flemas
y explote de escarcha.

Tus malas intenciones me han calado tanto que
estoy hinchada de mentiras,
me sobran las doble caras,
ya no encuentro las ganas,
y me falto yo.

domingo, 9 de noviembre de 2014

Escupitajo número no sé cual a ruina no sé quién.


La historia ya estaba escrita desde antaño. 
La Luna ya era testigo de aquellos cuentos chinos, 
de aquellas mentiras bajo las sábanas, 
de aquellos demonios debajo de la cama, 
de aquella huella de tu sonrisa.

El guión había cicatrizado a aquellos besos que jamás se volvieron a dar 
y desnudaron tantos miedos, 
y a aquellos vicios que hicieron hielo su corazón.

Capítulos escritos con tinta de borrar porque había corazas pintadas en su pecho
y batallas dibujadas en su espalda.

Que aquel cuento se remontaba a peores guerras que las de la Antigua Grecia. 

Que había vacíos más vacíos que aquella mirada perdida cuando te veía marchar,
y no te ibas, 
y te quedabas.
Pero seguías sin estar.